jueves, 12 de enero de 2012

Ascenso y caída de don Andalucio. VI


VI. 


Que cuenta cómo la madre de nuestro héroe enfermó, sufrió durante semanas un tormento atroz para finalmente entregar su espíritu rodeada de los suyos. Andalucio comienza su transformación personal.


--...tiene usted un cáncer que...

Eso fue todo lo que ella escuchó de la parrafada del médico don Torcuato. Desde "tiene usted" hasta "que." El resto, por delante y por detrás de esa palabra maldita "cáncer," se había borrado de la memoria de doña Andalucio. 

--...claro que no se preocupe porque...

Nuestra heroína se arrastró a un vendaval de lágrimas que no pudo reprimir hasta que la secretaria de confianza de don Torcuato entró en la consulta para darle una pastilla y un vaso de agua a aquella mujer desmoronada. El tiempo, heraldo de la muerte.

--...ya verá cómo todo se...

La enfermera miró al doctor y el doctor miró a la enfermera para informarle, con una mirada clara de pánico, que se fuera, pero que se la llevara con ella, que se llevara a aquella "masa de carne en llamas" (así lo pensó el doctor, más bien su subconsciente; aquello le supuso tal remordimiento de culpa que el doctor se tomó la pastilla contra la depresión nada más llegar a su casa: se tomó dos y las mezcló con alcohol además). 

El doctor dijo en alto ciertas cosas para quedar bien pero ya no estaba doña Andalucio para escucharlas, ni estaba la enfermera, ni siquiera estábamos nosotros para poder redactarlas ante la opinión pública. Sin duda hay cosas que es mejor dejarlas en secreto. 

Nuestro Andalucio no lo supo porque no se lo dijeron. Durante las cenas ya no se hablaba de moda, ni de princesas, ni de vecinas, solo se escuchaba la música de los cuchillos cortando bien la carne sangrienta y poco hecha de su padre, la carne quemada y muy hecha de su madre, o la carne en su punto de nuestro Andalucio. La noche en que ocurrió la tragedia vino precedida de dolores, llantos, portazos, silencios y mucho distanciamiento. Rosa, como todo ser vivo que ha comprendido su final, se fue aislando para encontrar su destino en soledad y en silencio. Entonces uno solo escucha a su corazón bombeando sangre de un lado a otro del cuerpo. Si Rosa pudiera haber hablado con él. Haberle dicho que dejara de bombear y de esforzarse, que ya nada tenía sentido...

Bum, bom...
Bum, bom...
Bum, bom...

Rosa salió de su ensueño porque comenzó a sentir unos dolores espantosos. Nada más comenzaron sus gritos, que asolaron toda la casa, vino don Ricardo y don Rafael, el médico de familia. Le administraron sedantes. Se quedaron a su lado. La escucharon delirar. Deliraba.



Estaba sentada en una escalera, como en aquel cuadro de Picasso tan simbolista que había visto en uno de sus viajes recientes a París. Y se estaba limpiando los pies con agua, como Cristo había hecho con sus discípulos y como María Magdalena había hecho con sus cabellos mojados. Lloraba, pero sentía una especial intensidad refrescante. Algo se liberaba dentro de ella. Arriba, en lo alto de la escalera, y a la manera de Jacob, vio ángeles brillantes. Dominaciones, potestades, arcángeles y, en lo alto, una luz intensa que ella sentía que era...

--¡Rosa, Rosa! --el que le grita ahora sacándola de su delirio es don Ricardo.

Se trata del cura de la parroquia. Se sienta junto a la cama. Salen todos. Extremaunción, comienza:

--La paz del Señor a esta casa y a todos los aquí presentes...

La subida es fácil al comienzo. Nota que la impulsan y la animan a seguir subiendo. El cura la rocía con agua bendita.

--...por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...

Mira hacia abajo, hacia atrás, como la mujer de Lot. Ve a su familia, a su marido y a su hijo indefenso. Le remuerde la conciencia. Hay tantas cosas que debería haber hecho y no hizo.

--...Señor, ten piedad...

Me voy pero estaré contigo, hijo mío. Andalucio no la está mirando. Mira el cuerpo tendido que suda y delira y se retuerce. Ricardo viene a llevárselo al instante. El niño obedece. Todo en la habitación es oscuridad, una oscuridad tenebrosa, humillante, horrible. Sigue subiendo.

--...Señor, ten piedad...

Se escapa y entra y se quema y se disuelve y pierde memoria y sentido. Se ha ido.

--...Padre nuestro, que estás en el cielo...

Tras la puerta, el niño se ha convertido ya en hombre. 

Será el hombre cargado de odio y de rencor que veremos transitar estas crónicas andaluzas desde ahora hasta momentos antes del final. Un informador desde Londres, que firma sus documentos como Richard McCaves, nos dice:

"Desde que comprendiera que la vida no fue justa con él, decidió no ser justo con ella. Ojo por ojo y diente por diente. No entramos a valorar el fundamento doctrinal de sus acciones, pero una cosa está clara: aquella muerte horrenda estuvo siempre en sus pensamientos."