miércoles, 14 de diciembre de 2011

Ascenso y caída de don Andalucio. II


II.


"Las cosas no son lo que parecen y nunca parecen lo que son."

Esta frase enigmática no la escribimos nosotros, sino que la registramos del eminente (por inminente) señor Richard Shootarrow a colación, ya que nuestro señor Andalucio iba a comprobar con todo lujo de detalles hasta qué punto era esta frase citada certera, correcta y empíricamente comprobable. Andalucio había dejado la estación en un estado lamentable y paseaba sumido en sus pensamientos.


Pensaba, con razón, que la vida se había acabado convirtiendo en una sucesión exasperante y cansina de repetitivas experiencias aburridas y anodinas, y que, si era verdad que tenía que hacer algo para salir de la espiral depresiva en la que estaba sumido, lo que fuera que tenía que hacer para escapar de su estado triste y gris no parecía estar a su alcance por el momento. "La vida es así," pensaba, "y no hay nada que podamos hacer para cambiarla."

"¡Qué ciudad más sórdida y sucia!," se quejaba Andalucio mientras caminaba ya por la Avenida Ramón y Cajal cuando, tras sortear una bala perdida en forma de niño con patinete ("Se va a matar," pensó, "aunque así sus sufrimientos terminarán y será para mejor"), su mente se puso en piloto automático de esta forma:

"Tren, trenes, para qué habías ido a la estación... para visitarla... a quién... a ella... y qué pasó... que no tuve valor... y entonces... Club Slovo." Así comenzó su mente aunque a nosotros nos parezca una barbaridad intelectual. Luego añadió: "Slovo. Gente que no tiene más que hacer que inventarse tonterías... sabían que estabas allí. Lo sé, lo sabes y ellos lo saben. Qué ellos. Mejor no saberlo. Ellos, los que se hacen llamar Club Slovo. Ya es demasiado tarde para preguntar, ¿no te parece? No lo es. Mira en el bolsillo de tu pantalón."

Andalucio pidió un café (pues ya estaba sentado en una de sus terrazas preferidas) y se hurgó en el bolsillo de su pantalón. Y ahí estaba, damas y caballeros, el folio en blanco que había estado pegado a la máquina de café de la estación de Los Boliches. Encendió un cigarrillo y leyó el texto íntegro que decía así:

"A TODOS LOS CIUDADANOS DE FUENGIROLA:

En época de crisis económica vivir es una guerra de trincheras: cada palmo de terreno cuenta.

Nuestra consigna es: "Por el indefenso, con el indefenso y para el indefenso."

Usted no podrá vernos, pero nosotros a usted sí, señor Andalucio.

Sabemos dónde vive y cómo se gana la vida.

Fdo.- CLUB SLOVO."

El café estaba frío para cuando Andalucio dejó el folio sobre la mesa. Intentaba recapacitar.

--¿Está todo bien? --preguntó una camarera joven y rubia con una sonrisa amplia y fogosa.

--Todo bien, gracias --respondió nuestro hombre. La Venus de Fuengirola se marchó a atender otra mesa donde había una pareja de ingleses hablando de la Bolsa o la vida. "Saben dónde vives y cómo te ganas la vida," pensó Andalucio entonces con el corazón en la boca. Miró a un lado y a otro, dentro de la cafetería y fuera de la cafetería. En la calle, en los bloques de pisos y sus terrazas, en una de las cuales pudo ver a una señora rolliza colgando una toalla azul. Aquel color le recordó a su infancia.

Cuando comprobó que le temblaban las manos y no podía ejecutar siquiera la simple acción de arrastrar la piedra de su mechero para así conseguir hacer brotar la mágica llama amarillo-violeta, escuchó una voz que parecía venir desde otro mundo lejano y remoto:

--Al fin le encuentro, señor Andalucio --dijo la voz. Llevaba una boina negra, una chaqueta de cuero marrón desgastada y un pelo canoso que mostraba años de preocupaciones y sufrimientos. Un par de gafas casi invisibles a la vista enmarcaban sus ojos verdes--. Permítame presentarme: mi nombre es Avalon Breton, ¿puedo sentarme?

--No --contestó aturdido nuestro hombre--. ¿Quién es usted, de qué me conoce, cómo sabe mi nombre?

--Señor Andalucio... --dijo el señor Breton sentándose. Pareció que iba a explicarle todo el malentendido, pero lo único que el señor Andalucio escuchó del extraño señor de la boina negra y la cara fría y gélida y las gafas invisibles fue su silencio, que aquel aprovechó para acercar su cara a la de su interlocutor y escrutar en las profundidades de aquellos dos ojos tristes y enfermos. Como si se tratase de un doctor espiritual o de un psiquiatra con años de espionaje a sus espaldas, el hombre de la boina negra hizo dos cosas y las hizo rápido: se quitó la boina y se quitó las gafas. Así, digamos, "desnudo," el señor Bretón añadió por fin--: El Club Slovo tiene un gran servicio de espionaje, aunque eso no es lo importante ahora y no debe preocuparle en lo más mínimo. Se trata de usted, no de nosotros. Mi misión no es quién soy yo sino quién es usted. ¿Por dónde quiere que empiece?

--¡Empezar por dónde, por qué, por cuándo! --Andalucio quiso que se lo tragara la tierra. Tenía que ser un sueño, un maldito sueño, una de sus múltiples pesadillas. Pronto, pensó, tendré ganas de ir al baño y sabré que es todo producto de un mal sueño y una opípara y excesiva cena. Ya lo sabías y te lo dijo el médico. Te dijo: "Beba con moderación, ¿me ha entendido? Ya no tiene edad para hacerse el llanero solitario. Salga, conozca gente, disfrute. Haga el amor y no la guerra."

--Será mejor que empecemos por su infancia, ¿no le parece? --dijo el señor Breton levantando la mano y chasqueando los dedos pulgar y corazón. Tras el "crack" que produjo ese chasquido, la escena de la terraza donde estaban desapareció. Lo que apareció ante el señor Andalucio y el señor Breton fue un chalet amplio y soleado en cuyo jardín trasero, sobre un césped brillante y cual cortado a tijera, pudieron ver a un niño jugando con una pelota.

--No me dirá que no estaba usted para comérselo, ¿eh? --dijo el señor Bretón sonriendo veladamente, la esquina derecha de su boca mostrando cuatro premolares blancos y fuertes--. Vayamos por partes. Míreme, míreme, no se ponga nervioso. Eso es. Póngase cómodo, camarada. Es todo por su bien. Bienvenido al teatro de su vida. La función no ha hecho más que empezar.

Subamos el telón...






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